“Cuentos de la Luna Pálida” de Kenji Mizoguchi, Cuando los Sueños se Desvanecen
Por Andrea Rosales
“¡(Genjurō) No sabe cuál es su sitio!... El dinero ganado en malas épocas se va tan fácil como se gana.
Cuanto más tienes, más quieres. Sobre todo, ahora, que debemos prepararnos para la guerra”.
El Maestro.
En la película, "Cuentos de la Luna Pálida" del cineasta japonés Kenji Mizoguchi, se entrelaza una narrativa que trasciende el mero relato cinematográfico enmarcado en el Japón feudal. El film aborda la esencia de lo humano con una maestría visual y una profundidad emocional que hacen de esta obra un clásico referente del séptimo arte.
Situémonos brevemente en la capacidad de los japoneses para convertir cualquier adversidad en oportunidad, esto se evidenció tras la Segunda Guerra Mundial. Durante la ocupación aliada, la industria cinematográfica enfrentó severas restricciones que prohibían referencias al militarismo, nacionalismo y otros temas antidemocráticos. Sin embargo, lejos de rendirse ante estas limitaciones, los cineastas vieron en ellas una oportunidad para explorar narrativas más universales y humanas. Así, demostraron que la creatividad puede florecer incluso en las circunstancias más restrictivas, transformando los obstáculos en un impulso creativo.
Kenji Mizoguchi, junto con Yasujirō Ozu y Akira Kurosawa, formaron ese gran trío legendario del cine japonés, pero sin duda, Mizoguchi es quien evoca el mayor romanticismo.
Fue en este contexto, que, en 1953, se estrenó "Cuentos de la Luna Pálida”.
El cineasta provenía de un hogar donde su padre, carpintero de profesión, era abusivo con su esposa y poco hábil en los negocios, lo que llevó a la familia a sumirse en la pobreza, razón lo cual, debieron trasladarse a un barrio marginal de Tokio repleto de burdeles y prostíbulos. En este escenario, Mizoguchi presencia, desde pequeño, el maltrato que sufre su madre y, de alguna manera, es testigo de la experiencia de las mujeres que ejercen la prostitución. Además, su hermana mayor, Suzuko, ingresa a una casa de formación de geishas, u "okiya", con la esperanza de encontrar mejores condiciones de vida. Esta separación representa un gran golpe emocional para el niño Kenji, tan apegado a Susuko. Así, creció presenciando la fragilidad y el sufrimiento de las mujeres en una sociedad patriarcal. Todas sus vivencias marcaron su percepción del papel subordinado que la mujer debía asumir en la época. Esta experiencia infantil del mundo de la prostitución y la degradación de la mujer lo reflejaría en su obra cinematográfica.
La película se basa en los relatos de Akinari Ueda, “Ugetsu Monogatari”. Está ambientada en el caótico período Sengoku, siglo XVI, época cruenta de guerra civil. Entrelaza las historias de dos parejas de campesinos que se encuentran en el corazón de las batallas, viéndose afectados por la violencia y el hambre.
Sueños de riqueza, poder y preservación: El dilema de los protagonistas
Narra la historia de Genjurō y Miyagi, una pareja de campesinos que conforman una familia junto con su pequeño hijo, Genichi. El hombre es alfarero y sueña con hacerse rico con sus jarrones y cuencos, producto de su maestría en el arte. En paralelo, se encuentran Tōbei y su esposa Ohama. Tōbei es un pobre granjero que aspira a convertirse en samurái. Cuando estalla el conflicto entre los señores feudales, las esposas de ambos intentan convencerlos de que regresen a casa y olviden sus sueños de fortuna y valentía. Sin embargo, cegados por sus deseos individuales, deciden arriesgarlo todo, y ambos terminan pagando un alto precio por sus aspiraciones.
Genjurō se obsesiona con la venta de sus vasijas en la ciudad. Allí conoce a una misteriosa y bella dama, Lady Wakasa, quien resulta ser un espíritu perdido. Seducido por su encanto sobrenatural, se instala en el Palacio de Kutusuki. Mientras tanto, Tōbei logra realizar su sueño de convertirse en un samurái, pero haciendo trampa; en definitiva, es un débil campesino que se ofrece al servicio de otros guerreros. Sin embargo, descubre que su esposa ha sido violada y arruinada por los soldados.
Y aquí, obtenemos un enfoque del cineasta japonés, retratando la crueldad de la guerra: hambre, devastación, violación de mujeres y el quiebre del hombre. Su mirada se aleja de la voz folclórica del Japón tradicional. No es solo un escenario de caballeros valientes y dignos que se inmolan por su señor o sus feudos. Le quita el idealismo a la época; además, son despiadados y provistos de un gran sadismo. Las batallas sacan lo peor del hombre. Mizoguchi se coloca, mostrando la guerra como un hecho devastador, pero sin dejar de señalar a los hombres como los principales instigadores de la tragedia.
Genjurō: – Durante muchos años he querido comprarte un kimono. Pero no podía permitirme el lujo. ¡Por fin pude! ¿Qué piensas? Pareces feliz…
Miyagi: – No es debido al kimono. Estoy contenta por la bondad de tu corazón. No deseo nada más que tenerte siempre a mi lado.
Frente a esto, están a las mujeres. Poseen la coherencia y el temple necesarios para saber qué es lo mejor para defender a su prole de acuerdo al momento que viven, y a su vez, son las víctimas de las decisiones egoístas de sus maridos y de la ferocidad de los guerreros; sin embargo, su idea de supervivencia es superior a toda vileza masculina. Ellas representan la fuerza vital y el instinto primario de preservación que se impone ante la barbarie y la inhumanidad que domina el entorno, encarnan la dignidad y la fortaleza interior, convirtiéndose en un contrapeso esencial frente a la violencia y la irracionalidad. No hay un retrato paternalista, sino que retrata la barbarie a la que se enfrentan; no es casual que Kenji Mizoguchi sea considerado el primer cineasta feminista.
El arte de Mizoguchi
Toda esta cruda brutalidad de la guerra, la ambición y ensoñación de los hombres y el sacrificio de las mujeres se estampa de una manera poética. En la narrativa, es paradójico que, aunque el cineasta aborda el destino de los hombres con igual profundidad que el de las mujeres, son estas últimas quienes adquieren el mayor peso. Mientras Miyagi se resigna ante el egoísmo de su esposo, lucha por salvar a su hijo y es atacada por soldados; Ohama sucumbe a la sevicia de los guerreros y se convierte en una prostituta; y la princesa Wakasa utiliza su belleza para hechizar a Genjurō. En este sentido, "Cuentos de la Luna Pálida", se eleva como una poética fotografía sobre cómo la violencia y las ambiciones masculinas recaen de manera devastadora sobre las mujeres, quienes se yerguen como símbolos de sacrificio, supervivencia y oscura faceta del deseo humano.
Tocando el plano visual, la película está plagada de composiciones que tienen una belleza y equilibrio extraordinarios. Lo mismo sucede con el plano sonoro que lo dota de una atmósfera sobrenatural, sobre todo en los pasajes donde Genjurō está en el universo fantasmagórico de Lady Wakasa. Sin duda, estas escenas son herederas de las figuras espectrales del teatro Nō.
La película “Los Cuentos de la Luna Pálida", dirigida por Kenji Mizoguchi, es una obra maestra del cine que trasciende las fronteras culturales, y nos habla de la naturaleza humana con una potencia poética abrumadora. La delicadeza de su estilo y la profundidad de sus temas la han convertido en un clásico admirado y estudiado en todo el mundo, una pieza fundamental del legado del director y del cine japonés.
Premios internacionales: Nominada a León de Oro, obteniendo el premio León de Plata en el Festival Internacional de Cine de Venecia (1953) y nominada a Mejor Vestuario en la 28 Edición de los Oscar (1956).
Ficha Técnica: Título: Los Cuentos de la Luna Pálida. Titulo Original: Ugetsu Monogatari Dirección: Kenji Mizoguchi Producción: Masaichi Nagata Guion: Yoshitaka Yoda Libro: “Ugetsu Monogatari” escrito por Ueda Akinari Música: Fumio Hayasaka, Tamekichi Mochizuki, Ichirô Saitô Fotografía: Kazuo Miyagawa Protagonistas Masayuki Mori-Genjurō Machiko Kyō-princesa Wakaya Kinuyo Tanaka-Miyagi Eitarô Ozawa-Tōbei Mitsuko Mito-Ohama.