Estado de invocación: réquiem y rebelión. Sobre "Ha muerto un puto" de Gustavo Tarrío
Por Antonella Cozzi
“Una cultura no se hace si no se hacen enemigos”.
(Carlos Correa)
“Un corazón es humano en la medida en que se rebela”.
(Georges Bataille)
Ha muerto un puto podría ser un réquiem luminoso.
Leí estas palabras segundos antes de que la oscuridad cayera sobre la sala del espacio ArtHaus, y el silencio vino cargado de presagio. El programa de mano era mínimo, sobrio, justo. Sin ornamentos: solo la promesa de una ceremonia oblicua y brillante. No debía decir más. Y, sin embargo, ahí estaba el spoiler, palpitando en cada línea: la medida exacta del despliegue y repliegue que nos esperaba.
Al apagarse las luces, la escena se reveló sin frentes ni perfiles, un paisaje despojado hasta el hueso: un piano de cola, una plataforma circular, una ciudad en miniatura enredada por un tren a escala. Tal vez miniatura del mundo que da vueltas sobre su eje, cerrando círculos y abriendo abismos. Todo enmarcado en una geometría isométrica, donde las perspectivas se niegan a definirse.
Luces, sombras, movimiento, palabra: un tejido de espectros. Voz viva que grita desde el umbral de la Historia, “a contrapelo”, como si invocara a los fantasmas del olvido. Y allí, en ese susurro vibrante, Carlos Correas vuelve a respirar, a rugir, a reírse en la cara del canon.

PH: Gentileza: Prensópolis . Edit: Mariné.
Mediumnidad profana: una polifonía luminosa
“Réquiem luminoso”. Una definición que no encuentra materialización más certera que este polifónico dispositivo escénico. Gustavo Tarrío conjura, haciendo uso de su irreverencia, un ritual que desafía las fronteras del lenguaje. Homenaje y revancha en el mismo aliento de una danza liminal.
Un elenco tejido a medida encarna la voz plural de Correas: María Laura Alemán, Vero Geréz y David Gudiño se desdoblan en máscaras de tiempo y memoria, invocando no solo al hombre, sino al mito que nunca quiso ser. En cada gesto, en cada palabra, en cada nota, la obra desentierra una verdad incómoda, desafiante, necesaria.

PH: Gentileza: Prensópolis . Edit: Mariné.
Los textos de Correas se entrelazan con música en vivo, proyecciones audiovisuales y una entrega física que roza lo ritual. La tensión es palpable; una cuerda tirante entre la densidad filosófica de las citas y la teatralidad cómica y dramática de Geréz y Gudiño. Ellos bailan una farsa tan humana, tan cruda, que las palabras de Correas se vuelven carne. Alemán, al piano y al canto, marca el compás melancólico de esta liturgia profana. Un canyengue disidente que se niega al amarillismo, incluso ante el dolor más hondo.
Sebreli, Masotta, Grondona, Pergolini: ecos de una Argentina que Correas diseccionó con un bisturí tan agudo como profundo. La forma-correas de pensar el mundo, de mirar de frente al abismo sin pestañear. Porque esta obra no es crítica literaria. Es Ha muerto un puto: es carne, hueso y palabra hecha furia.

Furia y mantra: una digresión personal
“Me aterra la idea de los años sin alma”.
(Acto relámpago de Paco Giménez)
Esa noche, el re-estreno fue un portal. Casi no llego a la fila del ArtHaus, llevando conmigo aún el eco de la multitud en la Plaza de Mayo. Era el #1F, y el aire estaba cargado de furia y deseo, de humo de batalla contra la desmemoria. De camino a la sala, una frase me brotaba insistentemente como un loop mántrico: “Me aterra la idea de los años sin alma”. No la había escuchado en años. Una línea de Acto relámpago que se deslizó por las fisuras del tiempo, apareciendo en mí como un pálpito.
No entendí por qué hasta mucho después, mientras escribía estas líneas. La marcha, la obra, la multitud: señales de que el terror no nos paraliza, de que a los años sin alma se los combate con la rebelión de los corazones. Con esa furia alegre que baila en los márgenes, donde el tiempo y el espacio se deshacen.
Ha muerto un puto no es solo una obra de teatro. Es un exorcismo virtuoso que no solo celebra la voz de Carlos Correas: la vuelve materia presente. La busca entre páginas y calles, la despoja de su velo y la pone a danzar en ese umbral donde las sombras se mezclan con la luz.

Un eco obstinado
La última escena se desliza como un susurro. Se convierte en grito, en carcajada. La obra nos deja suspendidos en el borde de nosotros mismos, con una intuición-raíz: los muertos solo mueren cuando se los olvida. Y a Correas, a este puto irreverente, no hay olvido que lo apague. No hay canon que lo encierre ni Pasteur 42 que lo extinga. Porque Correas es rebelión y porvenir.
Es el eco obstinado de mil preguntas que no buscan respuesta y el sacudón siempre necesario y reeditable de las verdades que no vimos venir.
Carlos Correas (Buenos Aires, 1931-2000) fue escritor, filósofo, traductor, profesor y ensayista. Figura clave en la literatura marginal y crítica de Argentina, su obra abordó sin concesiones la sexualidad, la disidencia y la crítica social. Su cuento La narración de la historia (1959) le valió una denuncia por “publicaciones obscenas”, siendo considerado el primer relato homosexual de la literatura argentina. Su obra, que oscila entre la ficción y el ensayo filosófico, está siendo paulatinamente rescatada y revalorizada con el tiempo, convirtiéndolo en un referente ineludible de la literatura política y contracultural argentina.
Ficha técnica
· Ha muerto un puto.
· Dramaturgia y dirección: Gustavo Tarrío
· Elenco: María Laura Alemán, Vero Geréz, David Gudiño
· Música original y autoría de canciones: María Laura Alemán
· Diseño de utilería y vestuario: Paola Delgado
· Carpintería: Facundo Varela
· Diseño de iluminación: Sebastián Francia
· Asistencia de dirección y entrenamiento: Flor Schrott
· Duración: 70 minutos.
· sábados y domingos de febrero 2025 en ArtHaus Central (Mitre 434, CABA).