Una casa embrujada, un verano intenso y el drama familiar en “Los Elementales”, de Michael McDowell, La Bestia Equilátera, 2017.
Actualizado: hace 5 días
¿Cuántas veces vimos una casa embrujada en una película, un libro, una serie? ¿Cuántas veces nos quedamos embelesades mirando la casa abandonada de nuestro barrio? Una casa que seguramente tiene la historia de origen más oscura y tenebrosa que escuchamos, y si no tiene, la inventamos. Creo que esto último es lo que nos invita a leer estas historias: esas cosas en la oscuridad, figuras cuyas intenciones y formas extrañas que desconocemos pero que nos gusta pensar que son nuestro opuesto. Si disfrutamos del terror es porque tenemos un lugar seguro al que volver cuando se termina la película o cerramos el libro. Buscamos una realidad distinta a la que tenemos. Queremos saber más.
Algo de esto pasa con Los Elementales, de Michael McDowell (2017, La Bestia Equilátera), una novela estadounidense de 1981 de terror gótico sureño, un subgénero nacido en el sur de Estados Unidos que tiene cierta tendencia a unir elementos de terror y magia con climas cálidos y ambientes agobiantes. También, en este subgénero, es común encontrarnos con humor negro o sarcástico, desigualdad racial, temáticas oscuras, críticas a la corrupción sureña, muerte, personajes grotescos y exagerados y los entornos suelen ser rurales, con casas antiguas y familias adineradas.
Mencionar todo esto es, prácticamente, hacer una radiografía de Los Elementales. La historia se centra en un verano en la vida de los Savage y los McCray, dos familias adineradas de Mobile, un pueblo de Alabama. Luego de la muerte de Marian, la matriarca de los Savage, ambas familias deciden pasar sus vacaciones de verano en Beldame, una zona donde sólo hay tres casonas antiguas que quedan aisladas cuando la marea sube por la noche. Cada una de las mansiones corresponde a una de las familias, excepto por la tercera, que está deshabitada hace décadas y parcialmente ocupada por una duna de arena que parece estar deteriorándola año tras año. India McCray, de 13 años, la más pequeña de ambos clanes, será la encargada de llevar adelante esta historia gracias a la infinita curiosidad que le despierta esa tercera casona aparentemente embrujada.
Si bien es una trama que a priori podemos catalogar como “cliché” o tradicional, sobre todo por el componente de la casa embrujada tan presente en la literatura de terror contemporánea, la verdad es que McDowell le da un giro muy interesante que convierte a Los Elementales en una novela única. Hay mucho drama familiar mezclado con algunos tintes de política (nada tedioso, de hecho, todo lo contrario). Las escenas se desarrollan como largos intercambios entre los personajes en el porche de las casas que, agobiados por el calor y la libertad de las vacaciones, se sientan a conversar sobre la historia y los misterios de sus clanes. Esta decisión de poner a los personajes en entornos cerrados y sin nada que hacer es lo que permite que toda la trama avance y sea muy entretenido leer cada capítulo. Hay información nueva en todos los diálogos y en las reflexiones de cada uno. El entramado del miedo, el suspenso y el drama es lo que genera el ritmo que hace que no queramos soltar el libro. Cada capítulo termina con un gancho que nos atrapa hasta empezar el siguiente y el hilo narrativo se sostiene por una escritura ágil y clara que vuelve a Los Elementales una novela muy dinámica. Los personajes son frescos, vitales y sarcásticos, los diálogos rozan la ironía en muchos casos y las descripciones son tan rítmicas que se pueden leer 100 páginas (o más) de un tirón.
Los espíritus de la casa hundida bajo el banco de arena y los rumores de que las mujeres Savage se comen a sus hijos persiguen a los protagonistas de esta historia que Michael McDowell narra con una maestría impecable. A lo mejor es porque McDowell también se dedicó a escribir guiones de cine y televisión, algunos de los más famosos son Beetlejuice de Tim Burton (1988), y El extraño mundo de Jack de Henry Selick (1993), pero de lo que no quedan dudas es de que tenía una increíble capacidad de convertir sus ideas en obras maestras. En Los Elementales, por ejemplo, logra combinar el drama, la política y el humor negro con un terror explícito y sensorial que, si tenés un poco de miedo, te obliga a leer solo durante el día. Lo bizarro, el excelente manejo del gótico sureño y su magnífica prosa es, posiblemente, lo que lo posicionó como uno de los autores clásicos de la literatura estadounidense, destacado en varias ocasiones por el mismísimo Stephen King y nuestra querida Mariana Enríquez.
Un lujo.
La carrera de Michael McDowell como escritor empezó en 1979, a sus 29 años y más de 70 años después del nacimiento del gótico sureño: para cuando publicó sus primeras novelas, el género ya estaba instalado y era un clásico. Hoy en día podemos considerarlo uno de los principales referentes del gótico sureño, aunque históricamente el subgénero cuenta con nombres como el de William Faulkner, Margaret Mitchell, Flannery O’Connor, Truman Capote, Toni Morrison, Corman McCarthy, grandes escritores y escritoras estadounidenses destacados fundamentalmente por su desempeño en estas temáticas. Michael McDowell tiene varias novelas bajo su nombre y otras tantas más bajo distintos seudónimos. Durante una entrevista que le hizo Douglas Winter (Faces of Fear, 1985), comentó sobre su obra:
“Soy un escritor comercial y estoy orgulloso de ello. Estoy escribiendo cosas que se pondrán en la librería el próximo mes. Creo que es un error intentar escribir para siglos.”
Su búsqueda como artista era entretener con su escritura y llevar ideas divertidas al papel, mucho más que la persistencia temporal o la consagración como artista elevado. Lamentablemente murió en 1999 por una complicación relacionada al VIH, así que no alcanzó a ver que, al final, sus historias y su narrativa todavía persisten más de cuarenta años después. Si bien hubo una recaída en la primera década del siglo XXI, en países hispanohablantes volvió a ganar mucho terreno con las ediciones de Los Elementales, Agujas Doradas (1980) y Katie (1982) de La Bestia Equilátera y la reciente reedición de los seis tomos de la saga Blackwater (1983) de la editorial española Blackie Books.
Antes de cerrar se me hace imposible no hacer una mención especial para la traductora de la edición nacional de Los Elementales, Teresa Arijón, que hace un trabajo impecable en un castellano neutro casi argentino que facilita muchísimo la experiencia de lectura. Realmente creo que es una de las traducciones más logradas que leí y es un gran mérito de la traductora y la editorial. Es un orgullo que una editorial argentina le haya dado un hogar a Michael McDowell en nuestro país y nos haya acercado una edición de esta historia que es fascinante, divertida y, en lo personal podría decir, una obra maestra de la literatura de terror. Les recomiendo fuertemente esta novela. Sin dudas mi favorita del año.